El Cuento de Caperucita Roja Contado por el Lobo
Hoy les traigo un simpático ejemplo de cómo todos somos dueños de una verdad limitada a nuestra realidad. Cuando logramos entender que todos los puntos de vista son válidos, nuestra vida comienza a experimentar una armonía que nos ayuda a superar la dualidad de la tercera dimensión.
Mágicamente, pasamos a comprender que cada persona tiene sus motivos para actuar de una forma determinada y muchas veces esos motivos se escapan de la comprensión de nuestra mente racional.
Muchos pueden decir, "pero esto solo es un cuento de niños" y eso es verdad, pero estoy seguro de que si reflexionas llegarás a comprender la enseñanza oculta. La reflexión es una de las mejores herramientas que tenemos para que nuestra conciencia despierte a su verdadera esencia.
En mi libro "El Poder de la Reflexión" te enseño como trascender las creencias que impiden tu Crecimiento Personal y Espiritual.
Aquí les dejo el cuento escrito magistralmente por Lief Fehar.
Gracias a todos por formar parte de mi realidad.
Les envío un abrazo energético.
Daniel López de Medrano
Escritor & Conferencista
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CAPERUCITA ROJA CONTADA POR EL LOBO
El bosque era mi casa. Allí vivía yo y lo cuidaba. Procuraba tenerlo siempre limpio y arreglado. Un día de sol, mientras estaba recogiendo la basura que habían dejado unos domingueros, oí unos pasos. De un salto me escondí detrás de un árbol y vi a una chiquilla más bien pequeña que bajaba por el sendero llevando una cestita en la mano.
En seguida sospeché de ella porque vestía de una forma un poco estrafalaria, toda de rojo, con la cabeza cubierta, como si no quisiera ser reconocida.
Naturalmente, me paré para ver quién era y le pregunté cómo se llamaba, a dónde iba y cosas por el estilo. Me contó que iba a llevar la comida a su abuelita y me pareció una persona honesta y buena, pero lo cierto es que estaba en mi bosque y resultaba sospechosa con aquella extraña caperuza, así que le advertí, sencillamente, de lo peligroso que era atravesar el bosque sin antes haber pedido permiso y con un atuendo tan raro.
Después la dejé que se fuera por su camino, pero yo me apresuré a ir a ver a su abuelita. Cuando vi a aquella simpática viejecita le expliqué el problema y ella estuvo de acuerdo en que su nieta necesitaba una lección. Quedamos en que se quedaría fuera de la casa, pero la verdad es que se escondió debajo de la cama: yo me vestí con sus ropas y me metí dentro.
Cuando llegó la niña la invité a entrar en el dormitorio y ella en seguida dijo algo poco agradable sobre mis grandes orejas. Ya con anterioridad me había dicho otra cosa desagradable, pero hice lo que pude para justificar que mis grandes orejas me permitirían oírla mejor. Quise decirle también que me encantaba escucharla y que quería prestar mucha atención a lo que me decía, pero ella hizo en seguida otro comentario sobre mis ojos saltones.
Podéis imaginar que empecé a sentir cierta antipatía por esta niña que aparentemente era muy buena, pero bien poco simpática. Sin embargo, como ya es costumbre en mí poner la otra mejilla, le dije que mis ojos grandes me servirían para verla mejor.
El insulto siguiente sí que de veras me hirió. Es cierto que tengo grandes problemas con mis dientes que son enormes, pero aquella niña hizo un comentario muy duro refiriéndose a ellos y aunque sé que hubiera tenido que controlarme mejor, salté de la cama y le dije furioso que mis dientes me servían ¡para comérmela mejor!
Ahora, seamos sinceros, todo el mundo sabe que ningún lobo se comería a una niña. Pero aquella loca chiquilla empezó a correr por la casa gritando y yo detrás, intentando calmarla hasta que se abrió de improviso la puerta y apareció un guardabosque con un hacha en la mano. Lo peor es que yo me había quitado ya el vestido de la abuela y en seguida vi que estaba metido en un lío, así que me lancé por una ventana que había abierta y corrí lo más veloz que pude.
Me gustaría decir que así fue el final de todo aquel asunto, pero aquella abuelita nunca contó la verdad de la historia. Poco después empezó a circular la voz de que yo era un tipo malo y antipático y todos empezaron a evitarme.
No sé nada de aquella niña con aquella extravagante caperuza roja, pero después de aquel percance ya nunca he vuelto a vivir en paz.
(Lief Fehar)